jueves, 6 de octubre de 2005

† Charcos del paisaje †

Ayer...

Mirando al cielo antiguo de la tarde gris.
(De esos de mièrcoles medio muertos y retocados).
Imaginè una mirada -familiarmente conocida-
en una nube. Me detuve,
y observando,
me cayò una gota de agua frìa
en la frente.

De pronto, todo era lluvia.
Las gotas, como cristales de Bòrax,
caìan como hormigas transparentes
por toda la ciudad;
inundando el paisaje de mojado.
Y el viento y sus dibujo autumnales,
se llenaron de partìculas transparentes.

Y esa nube -mirada- gris y blanca, permanecìa inmòvil.
-como yo-.

Un hilo de crisàlidas saladas
me mojaba -inmòvil y con la mirada en esa nube-,
y el viento copioso me volvìa un estafermo
que usaba a su antojo;
me atravesaba con sus lanzas de nada
que caìan en mi ropa como espirales
y me dejaba en harapos
frente al paisaje.

Y esque yo no sè què tiene el aire,
que con su paso de gigante
acaricia tan sutilmente nuestros mares.
Es tan libre y tan inmenso -volàtil-
que su propia libertad lo fusila
cada tarde.

Se fatiga de su cuerpo
-inmensamente grande-
y se entrega por amor al mar.
Y el mar,
que aveces sale con la luna -su romance es bien sabido-,
lo recicla entre sus olas
y lo hecha de nuevo a volar.

Por eso el viento trae consigo tanta soledad.

No alcanza a mover la nube -mirada-
que hoy me llega con tanta familiaridad.
Y yo...,
finalmente,
empapado.

Agua. Mujer. Soledad.

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