† Divagación del...sexo? †
...creo que me perdí señora, dígame donde me encuentro...
Murmuré con voz de niño que era yo,
te dije que me tomaras de la mano
-llévame a donde no hay dolor, lejos de aquí-,
y sólo me mirabas detrás del cristal de tus ojos;
frustrada; como si solo fueras un eco de lo que alguien fué,
sin decir nada, en contra de las nubes.
Algo nos separaba (no sabía qué era), algo muy frío.
-La distancia?- pensé, sin darme cuenta de que estabas a mi lado
y lo único que hice fué respirar, dí un largo y profundo respiro,
pero todo se nubló.
-Mierda!- grité, con miedo en la garganta y un dolor en el pecho.
De pronto el suelo se agigantó frente a mi naríz y lo oscuro me llenó los ojos.
Caí en un charco de nubes rojizas -supuse la primera tarde fría de Julio-
y esperé alguna imagen frente a mí. No había nada, ni tú ni nadie; Nada.
Solo podía jugar en un escenario fantástico que de pronto imaginé;
tú, yo y un puñado de caricias en medio de la nada, con un espejo frente a nosotros.
Me reflejaba y tú tambien, sin más que nuestros cuerpos vestidos de carne y sudor,
te tomaba de las piernas, besaba tus muslos, tu cuerpo ardiendo,
rozaba tus pechos con mi cabello sin peinar y mis dedos exploraban tu espalda
que se contorsionaba de una forma extravagante, eramos uno.
Tus manos galopaban en mi vientre y y tu lengua era una fierecilla sin domar en mi boca
y en mi cuello. Te paseabas a tu antojo por mi cuerpo y el sudor era tu aliado.
Tus ojos ardían, eran como los de un perro enfurecido por la invasión de su territorio,
azules de coraje. Tu cabello destilaba un aroma seductor, como a frutas exóticas,
digno del festín de un rey y yo no lo era. Era más bien un mendigo con suerte.
Y esa tarde nos dejó más solos aún, íntimos, sujetos solo a nuestro propio horario,
diseñando el trazo de los minutos y los segundos pasaba a un tercer plano; sin más,
no había tiempo, era más bien infinito. Cada caricia era como una punzada a lo erótico,
un filamento delgado y largo en el que nos acurrucábamos los dos, sólos.
Sin esperar el mañana, tocándonos hoy, encendidos.
Yo viajaba de tus pies a tu espalda, apretaba tus muslos y mojaba tu piel;
como si de pronto una lluvia se dejara caer desde lo alto de una nube,
se mezclaban los líquidos, eramos humedad infantil y lascivia.
¿Eramos?
Esa era la pregunta y nada la contestaba, ni el crugido de las nubes a nuestro movimiento,
ni tus gemidos lanzados al aire y de repente a mi oído, ni tus uñas en mi espalda,
ni siquiera el "te amo" que sonaba roto y seco en mi garganta, era frío.
¿Era?
Y de pronto ese color escarlata de las nubes desapareció y con él mi fantasía.
Murmuré con voz de niño que era yo,
te dije que me tomaras de la mano
-llévame a donde no hay dolor, lejos de aquí-,
y sólo me mirabas detrás del cristal de tus ojos;
frustrada; como si solo fueras un eco de lo que alguien fué,
sin decir nada, en contra de las nubes.
Algo nos separaba (no sabía qué era), algo muy frío.
-La distancia?- pensé, sin darme cuenta de que estabas a mi lado
y lo único que hice fué respirar, dí un largo y profundo respiro,
pero todo se nubló.
-Mierda!- grité, con miedo en la garganta y un dolor en el pecho.
De pronto el suelo se agigantó frente a mi naríz y lo oscuro me llenó los ojos.
Caí en un charco de nubes rojizas -supuse la primera tarde fría de Julio-
y esperé alguna imagen frente a mí. No había nada, ni tú ni nadie; Nada.
Solo podía jugar en un escenario fantástico que de pronto imaginé;
tú, yo y un puñado de caricias en medio de la nada, con un espejo frente a nosotros.
Me reflejaba y tú tambien, sin más que nuestros cuerpos vestidos de carne y sudor,
te tomaba de las piernas, besaba tus muslos, tu cuerpo ardiendo,
rozaba tus pechos con mi cabello sin peinar y mis dedos exploraban tu espalda
que se contorsionaba de una forma extravagante, eramos uno.
Tus manos galopaban en mi vientre y y tu lengua era una fierecilla sin domar en mi boca
y en mi cuello. Te paseabas a tu antojo por mi cuerpo y el sudor era tu aliado.
Tus ojos ardían, eran como los de un perro enfurecido por la invasión de su territorio,
azules de coraje. Tu cabello destilaba un aroma seductor, como a frutas exóticas,
digno del festín de un rey y yo no lo era. Era más bien un mendigo con suerte.
Y esa tarde nos dejó más solos aún, íntimos, sujetos solo a nuestro propio horario,
diseñando el trazo de los minutos y los segundos pasaba a un tercer plano; sin más,
no había tiempo, era más bien infinito. Cada caricia era como una punzada a lo erótico,
un filamento delgado y largo en el que nos acurrucábamos los dos, sólos.
Sin esperar el mañana, tocándonos hoy, encendidos.
Yo viajaba de tus pies a tu espalda, apretaba tus muslos y mojaba tu piel;
como si de pronto una lluvia se dejara caer desde lo alto de una nube,
se mezclaban los líquidos, eramos humedad infantil y lascivia.
¿Eramos?
Esa era la pregunta y nada la contestaba, ni el crugido de las nubes a nuestro movimiento,
ni tus gemidos lanzados al aire y de repente a mi oído, ni tus uñas en mi espalda,
ni siquiera el "te amo" que sonaba roto y seco en mi garganta, era frío.
¿Era?
Y de pronto ese color escarlata de las nubes desapareció y con él mi fantasía.
Etiquetas: Infinismos